JOSELERO…. UN PUNTO Y UN APARTE

Agradezco a mi primo Juan Ignacio Molina Heredia su valiosísima colaboración al proporcionarme  una serie de documentos,  fotografías y datos que aportan una mayor coherencia a este relato.

Pido disculpas por los errores que, sin duda,  he cometido queriendo poner en boca de los protagonistas,  el acento con el que ellos hablaron. He creído que así conseguiría una mayor fuerza expresiva.  Que más quisiera yo que poder dominar esa manera, tan querida por mi, de decir la lengua  que tantos españoles compartimos y amamos.

imageJosé Torres Cádiz. «Joselero»

Joselero fue mucho más que un hombre peculiar, fue tan particular en todo, que jamás se le pudo comparar con nadie. Conociendo a Joselero, aprendí que la vida es mucho más de lo que nos han contado. Que existe un universo paralelo infinitamente más humano, más divertido, más auténtico y más puro. Joselero fue él consigo mismo, tan genuino, que sin saberlo, creó su propia marca, eso que ahora está tan de moda. Cuando en Osuna se pronunciaba su nombre, todos sus habitantes sabían a quien se estaba nombrando.

A Joselero no le parieron los hermanos Álvarez Quintero. Aunque parecía un personaje de ficción, la verdad es que nos lo puso, ahí, la Madre Naturaleza. Fue propio de una época, pero de una época de leyenda….. Profesó un andalucismo que hoy ya no encuentro. Su forma de ser gitano, fue absolutamente respetuosa e integradora…. En él, el señorío, la gracia, el amor incondicional, la lealtad, el disparate, la comicidad, la pulcritud, sus manías -eran de ver y no creer- la sensibilidad y la emocionalidad, formaron un todo. Es cierto que su genio imponía -tenía carácter- pero siempre prevaleció en él la nobleza de su corazón y la envidiable inteligencia que lleva implícita la ingenuidad.

Hablo de José Torres Cádiz, que fue el primer Joselero -verdaderamente el único Joselero- también conocido como «El Niño de la Puebla». Según algunos cronistas, en su primera juventud cantó con El Cojo de Málaga y La Niña de los Peines. Su cante fue de una gran dignidad, pero lo abandonó tempranamente porque, al parecer, nunca se planteó vivir de ello. Según su familia más directa, la mayor parte de su arte se desarrolló en fiestas privadas organizadas por los «señoritos» de la época. Nació en Osuna, el 1 de diciembre de 1897.

El otro Joselero, el de Morón -padre de El Andorrano y de Diego de Morón- fue su hermano pequeño, llamado Luis, aunque acabó tomando su apodo. Comenzó siendo Luis de Joselero, para terminar como Joselero a secas, cosa que José nunca vio con buenos ojos, lo que provocó, incluso, un cierto enfriamiento de la relación entre los dos hermanos. Luis también fue cuñado del gran tocaor Diego del Gastor y lo que juntos aportaron al arte flamenco fue de gran importancia, como ya sucediera cuando le cantaba al legendario bailaor y, carnicero de profesión, «El Quino». En aquella época Morón de la Frontera vivía su edad de oro. Luis aprendió a cantar de la mano de José. Era natural de La Puebla de Cazalla.

Luis dijo de su hermano en entrevista publicada en El Candil Flamenco el 30/11/2006: «Mi hermano Joselero era el mejor buleaero del mundo, cantó en los tiempos de Joaquín Vargas. Cantaba la bulería corta mejor que nadie. Hoy el cante ha llegao a una pureza y las bulerías se han remozao -desde hace 40 o 50 años- de una forma atroz. Vamos, no es que no tuvieran antes pureza, sino que eran más sencillas».

A Joselero, el que vivió en Osuna…, a mi Joselero, solo pude escucharle en dos ocasiones, una en mi casa, mientras mi padre le grababa en un viejo magnetofón y otra en Paradas, en el pedimento de su sobrino político, Antonio, con su novia, Juana. Fue un cantaor de puertas adentro.

image      Mercedes Molina García

José casó con Mercedes Molina teniendo ella 16 años. Cuando él llegaba de trabajar se la encontraba jugando con otras niñas en la calle….. Que nadie se extrañe -estas cosas han sucedido en ciertas culturas y en la fe católica hasta hace bien poco- aunque nos produzca rechazo, no tenemos más remedio que contextualizar. En este sentido, como en tantos otros, él se comportó con esa dimensión que le hacía único: respeto sagrado y amor sin pecado, hasta que ella fue «mocita». No tuvieron hijos.

En esta época se establecieron en Morón de la Frontera, donde José montó un negocio de venta de encajes y esta es la razón por la que su hermano Luis, siendo un chiquillo, se ganaba la vida vendiendo tiras «bordás» que portaba en un canastillo de mimbre por las calles del pueblo.

Mercedes, natural de Pruna, nació el 21 de abril de 1907 y era tía de Antonio, al que acogieron desde niño. Para mis hermanas y para mi, él fue como nuestro primo mayor, el que nos daba los caprichos, nuestro confidente en travesuras. ¡Como disfrutaba yo cuando me paseaba en la Vespa por todo el pueblo……!!!. A veces, incluso, a escondidas…….., era la única forma de evitar los miedos adultos. El primo Antonio vio su primera luz en Osuna, el 22 de agosto de 1935.

Mercedes fue una compañera leal y paciente -dotada también de carácter y de autoridad- que supo llevar a su marido con auténtica sabiduría, porque José era tan especial, tan de otro planeta, que a veces tratarle no era precisamente fácil. Ella, salvo raras excepciones, se reía con sus cosas y, hasta se las componía para sacarle esa parte que a todos nos cautivaba…. Escuchar a Joselero y compartir con él, siempre fue una experiencia trascendente. Pocas personas conocí con tanto protagonismo sin buscarlo. José llenaba el espacio, allá donde estuviera, porque era grande de corazón y de esencia.

image         Pastora Molina García

Con ellos vivió una hermana de Mercedes que sobrevivió a los dos y a quien yo siempre definí como la personificación de la bondad y de la entrega. Pastora, fue la persona más entrañable que he conocido. Lo digo sin ningún pudor, para nosotros siempre fue nuestra «tita». Al igual que su hermana mayor, había nacido en Pruna, un 27 de abril de 1918. Es una de las personas que más he querido en mi vida. A su lado me hubiera ido al fin del mundo.

Esta familia, que no lo fue de sangre, al menos de forma muy directa, tuvo tanta importancia en nuestras vidas que, hoy, 39 años después de la muerte de Joselero, siento la necesidad de hablar de él y de ellos. José y Mercedes siempre fueron nuestros compadres. Al principio porque así se trataban él y mi abuelo Miguel, dos grandes amigos que se respetaron en todo y que se trataron siempre de «usted». Después, porque el matrimonio apadrinó a mi hermana Mercedes en su bautizo, excuso decir la razón de su nombre. Con el paso de los años el segundo hijo de Antonio y de Juana tomó como segundo nombre el de mi padre -Juan Ignacio- gestos con los que sellábamos una alianza de cariño sin fisuras. Ellos tuvieron tres hijos más: Jose Antonio, Saray y David. A todos los mecí en mis brazos.

Digo que no fueron familia directa porque tanto Mercedes como Pastora, de alguna forma, engarzaban con el abuelo materno de mi madre. Nosotros somos Núñez por él y, la madre de ellas, Dña. Margarita García Núñez, estaba emparentada con mi bisabuelo. Por otro lado, la amistad surgida entre Joselero y mi abuelo, brotó a través de los negocios de ambos. El primero proveía al segundo de encajes para restaurar. Mi abuelo fue un importante anticuario especializado en encajes antiguos y mantones de Manila legítimos. En su taller, se recomponían piezas muy deterioradas por el paso del tiempo. Años después los compadres se trasladaron a Osuna y en 1936, Joselero abrió su segundo negocio, la celebérrima zapatería de La Carrera, que siempre llevó su nombre.

image  Antonio Molina.

¡¡Recuerdo las llegadas a aquella casa de la calle Martos…!!. Cuando éramos muy chicos viajábamos en tren hasta Puente Genil. Allí arribábamos un poco antes del amanecer. Unas veces Antonio ya estaba en la estación y, otras, le esperábamos en un bar que había justo enfrente. De un modo u otro, escuchar sus exclamaciones de jubilo y sus risas al vernos nos llenaba de alegría y de ilusión. Sus coches siempre fueron de segunda, tercera o cuarta mano. Una de aquellas noches apareció con una tartana -pudiera ser un Seat 1400- al que arrancaba sin llave, tirando de un alambre enganchado…… Ante los comentarios desconfiados de mis padres, él, con aquel tono de guasa que le caracterizaba decía, «¡Dña. Milagros Nuñes y Sr. Sans, no lleven ustede cuidao que soy un experto conductó….!». Era imposible ponerse serios con él.

Mientras, en el hogar, todos madrugaban para recibir a tan esperados y queridísimos visitantes. Los besos.., los abrazos…, los piropos…. ¡Más besos…!, ¡más abrazos…!, ¡más piropos …..!. Yo nunca fui más guapo como en Osuna, ni sentí tanto dolor corporal al ser abrazado. Y luego, aquel desayuno con los calentitos que la tita Pastora había traído……. y Toni, aquel perrillo pintón y pizpireta…. y los gatos, que yo me ponía de almohada a la hora de la siesta, tirado en el suelo de aquel hermoso patio lleno de macetas y amenizado por el canto de los canarios….. El dulce de membrillo que nos hacía la comadre, las aceitunas aliñás, los chorizos en manteca colorá… y ese olor a jazmín, que a la caída de la tarde lo perfumaba todo…

El compadre, para almorzar y cenar, tenía su sitio, su silla, sus cubiertos y sus platos. En aquella casa todo estaba como los chorros del oro, pero él, cada vez que se sentaba a la mesa limpiaba el polvo con esmero a cada cubierto, a cada plato y, en ocasiones, hasta a los picos que se iba a comer. Era todo un ceremonial que acababa con «su servilleta» colgando del impecable cuello de la camisa, extendida hacia los riñones formando un triángulo de perfectas proporciones. A partir de aquí podía suceder cualquier cosa…. Unas veces la comida estaba caliente, otras fría, a menudo salada, de vez en cuando sosa.. de forma que las mujeres de la casa -en ocasiones excedían de dos- siempre tenían que hacer un apaño de última hora. Era típico que en mitad de la amena conversación entre los comensales, Joselero diera un grito e inmediatamente después se «cagara en sus propios muertos…». Eso significaba que se acababa de morder la lengua. No se cual era la razón, pero le sucedía con frecuencia. En esos momentos más de uno nos congestionábamos de la risa, porque ver a aquel hombre tan enfadado consigo mismo -por no poder evitar algo tan recurrente y doloroso- gesticulando como él lo hacía y con un buen trozo de la servilleta metida en la boca, a modo de compresa, era una escena que sobrepasaba los límites de la comicidad.

José era muy elegante. Tengo su imagen bajando la calle Martos a paso lento y apoyado en su bastón, grabada en mi retina. Aquellos trajes de colores claros, algunos de hilo, propios del verano sevillano, iban impolutos. El brillo de los zapatos hacía daño a los ojos y, Mercedes, si no le planchaba los pantalones a diario, como mucho lo tendría que hacer cada dos días, porque aquello no era una raya, aquello era el filo de un sable. Su sombrero ladeado era otra de sus señas de identidad.

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De izquierda a derecha: Mercedes, mi madre, mi abuelo Paco, mi padre, Antonio, y Joselero.

Un día me llevé un susto de muerte, cuando en el silencio de la mañana, recién amanecido, tuve la necesidad de ir al baño. Al bajar por las escaleras que conducían al patio me topé con un espíritu fantasmagórico que con voz ronca me dijo: «niño, ¿tú que hase lavantao a esta hora?». Me quedé petrificado y subí corriendo y aterrorizado a la cama. Era el compadre que para atravesar el patio desde su dormitorio al cuarto de baño se había puesto la americana de uno de sus trajes encima del pijama, llevando el cuello levantado y agarrado con una mano a la altura de la nuez. Para evitar el único riesgo que quedaba de coger un supuesto resfriado, se había calado su sombrero hasta los ojos…. Cuando ya en el desayuno se lo comenté a mi madre, ella se moría de la risa diciéndome que esa era la forma que él tenía de atravesar el patio cuando se levantaba todos los días. Estaba convencido de que si no lo hacía así, se constiparía.

Si había algo que a José le ponía literalmente frenético, era la lluvia. Cuando le sorprendía en la calle, la reacción siempre era la misma. Como se descubriera una sola marca de gota de agua en su traje o en sus zapatos, sacaba del bolsillo un pañuelo tan perfectamente doblado y planchado, que había que hacer auténticos aspavientos con la mano para conseguir que se extendiera. Luego, allá donde divisaba una de esas señales, tras pronunciar un «vaya», «ojú», «tendrá malaje….», le metía a la pobre gota un pañueletazo como si con eso fuera a desaparecer la prueba del delito. En una ocasión, paseando por la Gran Vía de Madrid que, por cierto, le encantaba, comenzó a chispear. Al llegar a la esquina del Hotel Emperador -lugar casi sagrado para él, por haber tenido allí mi abuelo una de sus tiendas de antigüedades- estaba al borde del infarto. Llevaba un rato observándole y comiéndome la risa, como si no me diera cuenta, pero intuí que le daba vergüenza decirme lo que le sucedía. Antes de que terminara de preguntarle si quería que nos refugiásemos en un portal, salió escopetado hacia el más próximo que vio. Por verle la cara de alivio y escuchar el suspiro que emitió con un «¡¡Ayyyyy!!!» que debió de oírse hasta en Callao, mereció la pena…. «¡Que malaje tiene er tiempo en los madrile….!!». «¡Muchas grasia mi arma…..!!».

Mi familia paterna se reía mucho con el compadre… En otra ocasión, también en Madrid, vinieron a casa para visitarle y, mi abuelo, un madrileño castizo y pinturero, se enzarzó con él en una discusión que de haber sido grabada, hubiera servido como guión para una película de Paco Martínez Soria. No se como derivó el tema, lo cierto es que se empezó a hablar de la guerra civil y de cuando ellos, que tenían la misma edad, eran jóvenes. Mi abuelo le preguntaba cosas sobre el servicio militar y José le contaba que había servido en África sin saber muy bien en donde y que los jefes que había tenido eran «señore que se portaron mu bien con él porque eran mu buenas persona». Mi abuelo, que también sirvió en África, llegado un momento le preguntó si en su destino no habría estado con Franco. José dijo que «ni muchísimo meno», pero que recordaba que allí había un «señó que de apellido era Franco y era mu importante y se le respetaba musho». Mi abuelo, atónito por lo que escuchaba exclamó, «¡¡Pero Joselero, por Dios, entonces usted estuvo con Franco!!. El decía que eso era imposible y que aquel hombre no podía ser el caudillo. Entonces intentaba explicarle que no fue caudillo hasta después de la guerra, pero al compadre no había forma de convencerle… «¿Pero como voy a hasé yo el servisio con un señó tan importante, D. Francisco?». «Ea, eso no puede se, hombre, por Dio…». «Si fuera Franco yo me hubiera anterao…..». Mi abuelo sin saber cómo hacer para que entrara en razones comenzó a preguntarle cosas sobre el personaje en cuestión… «Yo no se er titolo que tenia, pero mandaba bastante … Era asin gordito, pero no mucho, bahito, y con una voz mu fina, mu fina…..» . «Pero vamo, que e imposible que ese señó fuera el otro Franco…., Pero si tenía hasta cara de buena perzona y le sonreía a to lo sordao….». En definitiva, que el compadre había estado a las órdenes de Franco, pero nunca se lo creyó por no considerarse lo suficientemente importante como para tal «dignidad». Mi abuelo, que hubiera dado cualquier cosa por tener a Franco de jefe, para luego poder fardar, se tiraba de los pelos. Así era Joselero….!!.

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Zapatería «Joselero». En la puerta el primo Antonio.

Una mañana entró una mujer con su hija en la zapatería. Después de saludarle con ese afecto que todo el mundo le mostraba, le preguntó si tenía unos «sapatito pa su niña pa llevá en la feria». «Digo, ¿no voy a tené…?» , «¡Ay!, que bonita ere mi arma….!!». «¿Y que número gasta tu hija….?» La señora dijo el número pero dejando claro que los quería «colorao pa que fueran a juego con er vestio». José ya andaba torpón de las piernas y mandó a su sobrino que fuera a buscarlos al piso de arriba. Cuando Antonio bajó resultó que no había «colorao» de ese número, pero como buen comerciante venía con modelos de otros colores para que la criatura se los probara. La mujer con bastante firmeza expresó que no hacia falta probarlos porque «si no eran colorao no se lo iba a llevá». «Pero mujé, que se ponga ar meno un par, por si se encarta y le gusta….». «Que no José, que la niña no se pone unos sapato de otro coló, vamo, que no». Antonio propuso subir a por los números superior e inferior en «colorao» y, cuando volvió con ellos, la niña, que no había dicho ni mu hasta ese momento, estuvo a punto de echarse a llorar del dolor que le producían los más pequeños. Al ponerse los de talla superior y ver como le bailaban, el compadre dijo, «¿mujé y porqué no le pone una plantillita?». «Ande ya José… Va a estar mi niña tor día con uno sapato que no le carsan…, de eso nada, José , que no…». Noté como el compadre comenzaba a inquietarse y ante la imposibilidad de venderle, no se le ocurrió otra cosa que decirle a la señora, «mira, si te lleva uno sapatito de su numero de otro coló, yo te hago una rebajita y los tinta». «¿Que los tinte…?, ¿pero como me voy a pone yo a tintá lo sapato de la niña?, José, por Dio…¡ Cuidao con las cosa que dise este hombre…!. ¡Ande, ande…., voy a ve si los encuentro en otro sitio…….!» Así salió con su hija de la zapatería, a medio camino entre la risa y el enfado, dando un fuerte portazo. En ese instante Joselero mirándome dijo, «tendrá cara catre».

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Joselero en el centro, como miembro del jurado de un concurso de saetas.

En otra ocasión, decidimos ponernos en carretera para ir a ver a Pepe, un amigo que teníamos en común y que vivía en un cortijo de la provincia de Sevilla en dirección a Málaga. Nos repartimos entre dos coches y decidí subirme en el 850 en que iba el compadre, conducido por Antonio. José ya estaba acomodado en el asiento del copiloto con cara de mucho trance y el bastón entre sus piernas. «¿Inasito, te viene con nosotro..?», «si compadre, que mi coche ya lo tengo muy visto». «Ea, pue a ver si viene el Antoñito que siempre tiene que hasé espera…». Sacando la cabeza por el hueco de la ventanilla empezó a gritar, cada vez más contrariado a su sobrino, «¡Antonio…!!, ¿Se pue saber que hase Antonio…? , ¡Mala puñalá me den…. que estoy aquí cosío desde hase media hora….!!, ¡Antonio…!, ¿vas a veni….??, ¡los muertos de Antonio….!». El sobrino apareció de pronto con una cartulina en la mano y un rollo de papel celo. «Tranquilo tito, mi arma, que he ido a por el cartón!». Yo no entendía nada, hasta que de pronto el pobre Antonio empezó a colocar en la luna delantera, justo delante de José aquel pedazo de cartulina color verde, ocupando todo el lado derecho. Le pregunté por la razón de aquello y me contó, «Inasito, que ar tito le da musha jindama (miedo) la carretera y así con el cartón no la ve….!!». Tuve que salir del coche para reír a mis anchas hasta que de pronto la comadre que ya estaba en el coche de mi padre, me sorprendió con un «¡Ojú!, que valor le esha…,Inasito, no sabe tu la que te espera….».

No tengo capacidad para narrar lo que fue el trayecto. Mi querido piloto no podía pasar de 50/60 porque el compadre, que era incapaz de entender el cuentakilómetros, en cuanto percibía que aquello se movía más de la normal, soltaba todos los «quejío» que había acuñado a lo largo de su vida, acompañados de movimientos de cabeza y de manos, cuyas misiones no eran otras que fortalecer su mandato. «Ay, ay..», «no corras Antonio», «cuidao Antonio», «ojú, que malaje tiene la pista!!», «¡la curva, Antonio.., frena, por Dio!», «¡ay, ay, ay!!», «mala puñalá me den, frena», «si es que no echas cuenta de los hoyo, ¡ay, ay!», «ese que pita qué quiere…, ¡pelao se le vean los ojo!», «quien me habrá mandao a mi monta en er coche…si yo no quería… ¡ay, ay, tus muerto Antonio, ¿quieres frená?», «y ese gachó, ¿por qué ta mirao?», «¡mal fin tenga mi estampa…..!!!!».

Nunca vi a mi padre con más cara de aburrimiento que aquel día cuando llegamos a nuestro destino. El otro coche nos había seguido todo el tiempo a modo de leal escolta y el tedio del viaje, había dado lugar a que todos, menos él, echasen una cabezadita. Así pasó, que a la vuelta, yo me vine en mi coche y decidimos salir delante y perdernos en la oscuridad de la noche, dejando a Antonio sólo ante el peligro. Ninguno contábamos con que Joselero se iba a quedar profundamente dormido y que gracias a ello, el ocho y medio iba a llegar a Osuna apenas cinco minutos después que nosotros, con su conductor más alegre que unas castañuelas.

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Los compadres apadrinando a mi hermana Mercedes.

Una vez que me aburría en casa, me bajé a la zapatería por hacer compañía a José. Los últimos años, él se sentaba en una de las dos calzadoras que tenían para el público. Estábamos en amena charla cuando me pidió que le hiciera un recado. «Inasito, ¿tú me quiere hasé un favó?» – «si, claro, compadre… ¿qué necesita? – «mira, me va a ir al estanco de la plasa (mercado) y me vas a compra dies caja de mihto (mixtos-cerillas) de a sincuenta». Según me disponía a salir camino del mercado me dijo, «escucha, para, no te vaya, toma….». Me puso en la mano una columnita de diez monedas de cincuenta céntimos, «ten cuidaito, no se te caigan ar suelo» – «pero compadre, ¿por qué no me da cinco pesetas o un duro?. No se preocupe, si yo llevo dinero…» – «ni se te ocurra paga tú, eh!, mira yo eso no lontiendo, yo pago las cosas como son.. tú págalo así y verá que no hay problema..». LLegué al mercado con cierta vergüenza, pensando que sólo yo, en todo Osuna, pagaría de esa forma. Cuando el dependiente me preguntó, pedí mis diez cajas de mixtos de a cincuenta poniendo sobre el mostrador las diez moneditas en columna. El hombre me miró riendo y dijo, «te manda Joselero, no…?, ¡qué grande…!, ea, pues dale un abraso de mi parte que hase mucho que no le veo». En ese momento, desapareció mi retraimiento y entendí lo efectivamente grande que era el compadre. Entré en la zapatería feliz y le entregué su pedido. Metió la mano en su bolsillo y puso en la mía, una moneda de cinco pesetas, «no, compadre, por favor, ni hablar…» – «ni una palabra, eh, no me vaya a rechistá.. ea pa que te compre una shushería…., mira tú, miarma, asín, si que se lo que es un duro…». ¡Grande no, grandísimo!!. Corrí a La Alameda y me compré una bolsa de Conguitos.. Me sobraron cuatro pesetas……..

Mi madre, que siempre fue el vinculo que nos conectaba con esta maravillosa familia -para ella Mercedes y José siempre fueron como sus segundos padres- a menudo nos relató una historia, muerta de la risa, que vivió siendo muy joven en la casa de la calle Martos. No recuerdo la razón, pero lo cierto es que un día los compadres se enzarzaron en una discusión que fue a más sin que ni ella ni la tita Pastora pudieran moderar. Como dije al principio, este matrimonio que se adoraba, a veces era arrebatado por el genio y carácter de sus dos miembros. Pues bien, llagado un punto el compadre, fuera de si, se levantó de su silla y poniendo los brazos en jarra, gritó, «¡¡leona…, yo a ti, te voy a matá!!». La comadre asustada por aquella reacción mucho más cómica que amenazante, salió corriendo sin ocurrírsele otra cosa que meterse debajo de la cama de matrimonio. José, más sorprendido que ella, cogió una escoba de la cocina y salió camino del dormitorio gritando, «ademá de leona estás loca, ¿que hase so loca….?». Cuando llegó al escondite, metió el palo de la escoba por debajo de la cama accionándolo de un lado a otro como si con eso pudiera sacar de allí a su esposa, «sal de ahí leona, sal de ahí Mersede Molina….». Ante semejante situación, la comadre empezó a carcajearse y de pronto dijo, «¡¡bueno está José, deja ya la escoba, que parese que estás pelando pava……..!!». Él mismo, al escucharlo, soltó el palo y sentándose en la cama acabó llorando de la risa. En aquella casa, los sainetes ni se leían ni se veían, se vivían a diario……

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En familia. El patio de la casa. Mercedes, Pastora, Joselero, Juana, mi madre, mi padre, mi hermana Milagros. El bebé es José Antonio y en el centro, un servidor.

Otra imagen que vivo en puro presente, es aquella que visualizaba desde el sanjuán (entrada a modo de recibimiento que da acceso al patio o galería). Allí era típico ver al compadre cuando venía de trabajar sentado en la «mesedora», mientras las mujeres preparaban la comida. A veces mi padre le acompañaba en amena charla. De una forma u otra, rara era la vez que José no repetía una escena cuyo guión casi llegué a aprender de memoria, diciendose en una perfecta dinámica desde el piano al fortíssimo. «¡Ojú…, vaya diita de caló que hase….!», «¡Ayyyyy…, esto no hay quien lo aguante!», «¡Chiquillo…, qué caló…!», «¡ojú!. ¡Mersé, traeme una poquita de agua!»«ahora voy, José». Al cabo de un rato, «¡¡Mersé, treame una poquita agua, mujé…!!»«ahora te la llevo, José….». Un poco más tarde, «¡¡¡Mersé ¿ma va a traé el agua o no me ha escuchao?!!!»«¡que si José, no seas jartible , ahora te la llevo!»«¡¡¡¡tus muela…!!!!, ¡¡¡¡¡Pastora..!, ¿me trae tú el agua…?!!!!!»«si, ¡tranquilo, José, ahora vamo…!». Seguidamente, «¡¡¡¡¡¡Mersé…. traeme el agua de una ve…, mardita sea…!!!!!!» «¡ojú…!, ¡aquí tiene el agua, Jossseé¡»«¡¡¡¡¡¡¡…., es que tú no echa cuenta de mi pa ná….!!!!!!!» – «¡¡¡ya ve…, yo pa ná…., mar fin tenga tu estampa, José..!!!». Según volvía la comadre a la cocina, él me buscaba con lo ojos y me decía, «Inasito…, ¡¡nunca te case con una mujé que tenga una hermana……..!!».

Una noche después de cenar, estábamos todos en el patio cuando de pronto sonó en la radio un cante producido por una voz poco flamenca. José nos mandó callar a todos con un «¡escusha!», e inmediatamente después, empezó a emitir un gritillo imitando al cantaor, «ayayayayayayayayay», «que malaje tiene», «¿que forma de cantá es esa disiendo ayayayayayayayayayay, sinco minuto sin pará……», «¡cuidao er gacho…..!», «¡que coraje me das, Verderrana!», «¡que no te puedo ni ve…. que tienes la cara de un chino…!». Indiscutiblemente se trataba de Juanito Valderrama cantando El Emigrante.

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Yo mismo en el patio de la casa.

Ya muy enfermo, fuimos todos a verle una Semana Santa. Realmente se trataba de despedirnos de él. Era evidente que su final estaba muy cerca. Se pasaba el día sentado en un sillón del salón dormitando, pero cada vez que abría los ojos, nos mostraba ese brillo de humor que le acompañó toda su vida. Recuerdo que una tarde estábamos todos haciéndole compañía mientras soñaba. Veíamos la televisión, cuando de repente despertó confundido. Nos miró a todos esbozando una sonrisa con la comicidad que siempre expresó su rostro. De pronto cayó en la cuenta y miró a la pantalla… Su gesto se transformó de inmediato y muy sobresaltado comenzó a exclamar, «¡qué poca verguensa, por Dio, que sinverguensa son esas mujere….., son unas guarra y unas lumiasca.!», «¡quitar eso por favó,, que no entren los niño…, que no entren los niño….!!». Llegó a taparse los ojos, absolutamente ruborizado… Todo era porque en la tele aparecían las azafatas del Un Dos Tres…., ligeritas de ropa y enseñando las piernas en su totalidad…. Dicho lo cual, cuando desaparecieron, se volvió a quedar dormido. Aquella reacción no respondía a un puritanismo hipócrita, lo sentía de verdad…. Eran las cosas del compadre…..

Estos son algunos de los momentos más simpáticos de este enorme personaje que llenó tantos instantes inolvidables de la primera etapa de mi vida. Es obvio que para un niño o adolescente, este tipo de situaciones son las que generan un mayor apego por las personas. En el caso de José y de Mercedes, hubo mucho más que eso. El nivel de compromiso y de lealtad con mi familia se mantuvo a lo largo de toda la vida. Para ellos mi madre fue la hija que nunca tuvieron y, por consiguiente, todos nosotros formábamos parte de su linaje.

He de decir que en algunos aspectos sobrepasaron lo que en muchas familias se entiende por entrega y comunicación entre sus miembros. Fueron consejeros, mediadores y, en situaciones puntuales, auténticos baluartes en los que sostenerse.

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A principios de los años 70, mis padres atravesaron una crisis profunda de pareja por la que estuvieron a punto de separarse. Una conversación de mi madre con Mercedes, fue suficiente para que, sin anunciarlo, los compadres se presentaran en Madrid cuando ya contaban con una avanzada edad -José fallecería cinco o seis años después- acompañados de su sobrino Antonio, poniéndose en viaje por carretera a pesar de los miedos de Joselero. Antonio, ya casado con Juana y, con sus dos hijos mayores nacidos, tampoco dudó en venirse. Se trataba, en la medida de lo posible, de apoyar y ayudar a dos personas que ellos querían por encima de todo y, como no, a sus hijos. Nunca se me olvidará lo que sentí aquella tarde cuando llegando del colegio, toqué el timbre de mi casa y escuché la voz del primo Antonio que me decía, «no.., no le abro, ud. se ha equivocado de piso…, vaya ud con Dio!!». Cuando por fin me abrió volví a tener esa sensación de alegría que siempre experimenté al llegar a Osuna. Venían cargados de regalos para todos y volví a ser el más guapo del mundo.

Lo tenían clarísimo, no se pensaban ir hasta que se encontrase una solución al problema. Venían sin fecha de vuelta. Estuvieron en nuestra casa prácticamente un mes y después de hablar en muchas ocasiones con mis padres, con una humanidad, un cariño y una sinceridad nada comunes, consiguieron que aquello se solucionara. Estas gentes sencillas, movidas únicamente por el amor que nos tenían, sin saberlo, consiguieron hacer terapia de pareja. Fueron los mejores psicólogos a los que se podía aspirar.

Por las mismas razones, muchos años después, la tita Pastora, en su último viaje a Madrid, fue la primera persona a la que mi hermana Milagros comunicó que estaba esperando un hijo, o la que acompañó a mi hermana Mercedes a las pruebas médicas de su primer trabajo. Nadie como Pastora encarnaba tanta comprensión y confianza.

image    Juana Heredia.

Otro miembro de esta familia que no puedo pasar por alto es a Juana. La manera que tuvo desde siempre de integrarnos en su vida es de una nobleza digna de mención. Desde el momento que se casó con Antonio pasamos a formar parte de su familia de forma incondicional y nos trató con un cariño inmenso siendo siempre sus «primos». Peluquera de profesión y natural de Paradas, porta en sus genes el honor de ser familia de Antonio Mairena y de Manolito de María -nada más y nada menos- ya que su padre, D. José Heredia Cruz, era primo de los dos. A día de hoy y espero que por muchos años, Juana es la heredera de la memoria de todos los protagonistas de esta historia.

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Antonio y Juana.

Con el tiempo nos fueron dejando y nunca pude ni quise olvidarles. Mi respeto hacia ellos es absoluto. Si he decidido erigir en protagonista de este relato a Joselero, es porque él destacaba por su singularidad allá donde estuviera. Siempre he pensado que todos deberíamos tener a un Joselero en nuestras vidas. Exhaló su último aliento un día de la primavera de 1976 y los que le acompañaron aquella noche, navegaron entre el llanto y la risa, como no podía ser de otra forma tratándose de su velatorio. A su entierro acudió medio Osuna y su féretro fue portado, a lo largo de La Carrera, a hombros de gitanos de mucha dignidad. Conocerle me marcó para siempre y, si soy como soy, es porque algo de él habita en mi.

Queridos José, Mercedes, Pastora y Antonio…, allá donde estéis, aunque solo sea en la memoria de los que os quisimos, ¡¡Gracias por haberme concedido tanta felicidad!!.

José Torres Cádiz fue hijo de D. Francisco Torres Carrillo (natural de Osuna) y de Dña. Carmen Cádiz Reyes.
Por parte paterna sus abuelos fueron D. Francisco Torres Heredia (Osuna) y Dña. Agustina Cortés Barea (Aguilar de Córdoba).
Por parte materna, D. Francisco Cádiz Fernández (Osuna) y Dña. María Reyes Ariza (Estepa).

7 comentarios en “JOSELERO…. UN PUNTO Y UN APARTE

  1. Mercedes dijo:

    Qué bonito, brother! En ocasiones, no son necesarios los lazos de sangre para querer, respetar y considerar a determinadas personas como auténtica familia. Todos ellos han sido y siguen siendo importantes en nuestras vidas. Con frecuencia, vienen a mi pensamiento todas esas historias que tan bien has relatado. A veces acabo riendo y otras llorando… pero cómo sea, tengo claro que su recuerdo me llena de buena energía. Qué suerte haberles sentido siempre cerca, aunque nos separasen tantos kilómetros… Comparto contigo la emoción que sentías al llegar a esa casa y a ese patio. Cuánta verdad en los abrazos, en los besos… Hace dos años, tú y yo volvimos a Osuna después de muchísimo tiempo. Ya eran muchos los ausentes y a pesar de los inevitables vacíos y del delicado estado de Antonio, reencontrarme con él, Juana y las nuevas generaciones de esa querida familia, me hizo muy muy felíz. Le debemos mucho ellos y a ese precioso pueblo de calles blancas. Gracias por hacerme viajar en el tiempo, las emociones y el espacio una vez más.

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    • inosca dijo:

      Gracias hermana por compartir conmigo las mismas sensaciones….. Es verdad que se les echa en falta, pero por otro lado no dejan de estar presentes en cada rincón de aquella casa. Si bien es cierto que todo es diferente, también es verdad que al entrar allí da la sensación de que no ha pasado el tiempo….

      Y siguen sucediendo cosas que nos unen….. Fíjate, Saray, hoy mismo, después de leer en el blog , me ha enviado una foto maravillosa que yo jamás había visto… En ella aparezco en brazos de un jovencísimo Antonio subiendo por la c/ Martos….. Desde que falleció su padre, ella la lleva en su cartera… ¿No es increíble…?.

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  2. Milagros dijo:

    Ohú ohú Nachete, qué hartá de llorar y de reirme leyendo esta preciosidad de recordatorio. En estos momentos no se ni qué escribir porque me he quedado traspuesta con mis recuerdos de ellos. Cómo olvidar el recibimiento que nos hacían….., las ocurrencias del Compadre……, el calor humano que desprendía la Comadre con aquella mirada fija de persona inteligente que parecía saber lo más profundo de cada uno de nosotros. Ayyys Pastorita…….la persona más buena y más entregada que he conocido en mi vida, cierto que fue la primera persona a la que con toda mi ilusión informé de mi embarazo. Milagrin me llamaba. Antonio con sus travesuras y su vespa dándonos paseitos, cómo tengo grabada aún su voz y su risa de cuando llegaba de la zapatería. Me ha emocionado mucho cuando hablas de Juana, porque es cierto que nos ha querido como si fuésemos de su familia, yo guado muy buenos recuerdos de ella de un verano que pasé allí de muy jovencita, con su hermana, hermano y la novia de este último. Recuerdo un traje de marinero veraniego que le regaló a mi hijo cuando era pequeñín con el que estaba muy guapo. A Juana y a sus hijos les debo una visita.

    Me ha encantado Nacho, además está muy bien documentado.

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    • inosca dijo:

      Muchas gracias, hermana!!.
      He intentado reflejar con la mayor fidelidad que he podido aquellos momentos que siguen tan vivos a pesar del tiempo transcurrido. Creo que todos los protagonistas del relato se merecen este homenaje que, siendo humilde, está lleno de gratitud y de emoción. Me alegra mucho que te guste!!

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  3. contratacionpepetorres dijo:

    hola quería agradecerte este bonito articulo de Joselero para mi ha sido una sorpresa encontrarme con estas vivencias. José es tío de mi madre y hermano de mi abuelo Luis
    siempre quise conocer mas acerca de mi familia los torres
    y enterarme los nombres y apellidos de mis bisabuelos.
    habría alguna forma de poder escuchar algo de el cantando me haría mycha ilusión ya que nunca lo escuche
    gracias un saludo
    Pepe Torres
    mi email es pepetorres2003@yahoo,es

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    • inosca dijo:

      Muchas gracias por tus palabras, Pepe!
      Antes de nada decirte que es un honor para mí, primero, que hayas leído mi escrito y, segundo, poder hablar contigo.
      Desgraciadamente yo no conservo esa grabación a la que aludo que le hizo mi padre. Es posible que en un futuro, un hijo de Antonio Molina (el sobrino de Mercedes, la mujer de José Torres y que ambos criaron), digitalice ciertas grabaciones antiguas que creo están en su poder. Si esto sucediera, no dudes que me pondré en contacto contigo.

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    • inosca dijo:

      Mi correo es inosca2003@yahoo.es
      Me gustaría que me dijeras como te ha llegado mi blog. Me llena de alegría que un hijo de una sobrina de José y por ende, bailaor, se haya puesto en contacto conmigo.
      Ya te contaré por el correo una anécdota que tuve de chico con tu abuelo Luis.
      Un abrazo y feliz año Pepe!!!!

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